What people of Catalonia and Spaniars have experienced the last october has had a great impact on the feelings, usual talks and way of living of thousands of citizens. Overall, a black October.
El mes empezó con una jornada anormal. Cientos de catalanes acudiendo a puntos de votación no autorizados por el Estado Español; policia y guardia civil interrumpiendo en colegios; gente desarmada y con los brazos en alto, gritando democracia,…y golpes, muchos golpes. Lo que Europa y el mundo vieron de ese fatídico 1 de octubre fue el principio de un mes negro.




En lo que respecta a los sucesivos días, todo se podría resumir en amagos de haber encontrado una salida, en discursos ambiguos, en el “leer entre líneas”, en “ahora está en tu tejado”, entre el gobierno central y el Parlament de Catalunya. El forcejeo culminó con la activación del Artículo 155 de la Constitución Española por el Gobierno del Partido Popular – previa aceptación del Senado – y la Declaración de Independencia de forma unilateral aprovada por el Parlament de Catalunya el pasado 27 de Octubre.
Un mes en el que los medios no han parado ni un segundo de retransmitir qué sucedía en Catalunya – con más o menos acierto; un mes en el que los ciudadanos hemos contemplado atónitos, rabiosos y con el corazón compungido- yo incluida – cómo se ninguneaban las instituciones catalanas, tanto por la suspensión de la Autonomía en aplicación del art. 155 como por la toma absoluta del Parlament por los partidos pro-independencia; en cómo se incrementaba la brecha entre independentismo y el mal llamado “unionismo”; un mes dónde informativamente sólo ha existido el “mono tema” catalán. Pero, aún así, eso no ha sido lo peor. La crisis de Cataluña, como dicen por ahí, es también la crisis de España y, de facto, de Europa.
Como éste es un blog de opinión, en el que yo y cualquiera pueden expresar lo que piensan, dejaré aquí algunas reflexiones.
Y sigo, ¿tan malo sería que un pueblo histórico, con cultura y tradiciones propias, con lengua propia y reconocida, con seis años de manifestaciones masivas a favor de una misma idea, con una mayoría del Parlament escogido a favor de esa idea, decida qué rumbo emprender para su futuro? ¿Tan malo sería que se usara la democracia – esa palabra con la que muchos ahora se llenan la boca sin conocimiento – para que todas las partes pudieran opinar, debatir y finalmente refrendar la solución en las urnas? ¿Tan malo sería que Carles Puigdemont y Mariano Rajoy hablaran como la gente normal?
Empezó octubre de una manera negra y ha acabado de la misma manera. Con los altibajos propios que supone un proceso costoso, masivas demostraciones en la calle a favor y en contra de la independència – casi cada fin de semana -, el encarcelamiento de los “Jordis” y sucesivas caceroladas desde los balcones catalanes, el pasado viernes 27 de octubre todo se emborronó y las partes que deberían sentarse y negociar “van tirar pel dret”, dejando el marrón en la sociedad.







Ahora y siempre, si no estás a favor de la causa independentista, automáticamente lo estás de la causa “españolista” y las palabras “facha” o “unionista” aparecen en la boca de aquellos que se autodenominan demócratas. De la misma manera se ve del lado contrario. “Separatistas” o “romper España” son formas habituales de describir a los que apoyan la independencia.
Estas palabras no son un mero insulto. Algunos las dirán en broma, pero son fruto de la división, del enfrentamiento y la ignorancia. Por poner un ejemplo, a Joan Manuel Serrat le llamaron “fascista” por afirmar que el referendum del 1-O no era transparente.
El “procés” ha puesto a prueba los sentimientos de mucha gente y los políticos, empecinados en sus propósitos de destrozar y humillar al contrincante, han emprendido una carrera donde todo se vale. De donde podría haber salido un bonito proceso reflexivo sobre el futuro de toda España – empezando por una reforma de la Constitución y reescribiendo el papel de las autonomías -, ha aparecido una pesadilla que nadie sabe cómo va a terminar.


Visto lo visto, la autocrítica es necesaria. El gobierno encabezado por Mariano Rajoy, por su obstinada resistencia a escuchar y la negligencia con que ha tratado todo el asunto catalán durante estos años – empezando por él mismo cuando en 2006 impulsó una recogida de firmas para que el Estatut fuera votado en toda España; Carles Puigdemont y todos los consellers, además de los partidos que apuestan por la independencia, por justificar sus actos en un referendum que claramente no cumplió ningún estándar desde el momento que la primera urna fue retirada; los medios de comunicación, por saturar y, en algunos casos, dramatizar la situación en Cataluña y la visión hacia el resto de España; las entidades independentistas, ANC y Omnium Cultural, por pretender decidir sobre el futuro de Catalunya desde fuera del Parlament; los que se dedican a incendiar, sean políticos del gobierno o del govern, la oposición, abogados, jueces, periodistas, o gente de a pie, por malinterpretar el “conflicto catalán“.
Ahora, con un presidente cesado en el extranjero, con orden de busca y captura, y su gobierno también cesado en prisión por delitos de rebelión, sedición y malversación de fondos, entre otros, el independentismo tiene un nuevo motivo para seguir creyendo. Muchos, después de la proclamación de la República Catalana el 27-O y del paso de los días sin ninguna pista de cómo se iba a configurar dicha república, veían con menosprecio todo el discurso soberanista. Ahora ya no. Mientras, el gobierno central se lava las manos a la espera de las elecciones autonómicas del próximo 21 de diciembre, aunque a estas horas seguro que hay un tal ‘Pablo Casado’ diciendo entre los suyos “te lo dije Puigdemont” cuando comparó el porvenir del político catalán con el del expresidente de la Generalitat Lluís Companys.
No hay soluciones mágicas, pero el encarcelamiento del govern y, seguramente, también de Puigdemont, no arregla las cosas. Agudiza un problema político, con mayúsculas y, lo más preocupante, deja a la justícia española con un pie dentro y otro fuera del poder ejecutivo, algo que sin duda trunca toda esperanza que haya separación de poderes en España.
Y digo, ¿Quiénes son aquí las verdaderas víctimas? La convivencia, eso que enorgullecía a Cataluña por ser un territorio plural y diverso, se ha roto. Ya lo decía el periodista Jordi Évole en un programa de televisión. La convivencia es algo muy senzillo, pero también muy frágil. El 1 de octubre empezó con llanto y el mes termina de la misma forma. Y el pueblo, como siempre, paga.







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