Europa vive unos momentos complicados. Tras la decisión el Reino Unido de abandonar la Unión Europea aumentan los escépticos y los que critican el camino que ha seguido esta institución des de su formación. “El proceso de integración europea ha sido un fracaso”, comentaba Angela Merkel después de conocer el resultado en la Gran Bretaña, mientas el colapso en los mercados financieros era total. Junto a este gran tema, otros se suceden en la otra punta del continente. La mayor oleada de personas en busca de refugio entra por el sur-este de Europa. Turquía y Grecia son el primer escenario, y también la primera vergüenza de las condiciones míseras que sufren estas personas. Mientras, países como España se frotan las manos, satisfechos, después que 19 personas aterrizaran en la Península; en Holanda y Alemania dan la bienvenida a los recién llegados.
La cuestión de la inmigración ha puesto colorados a muchos países, donde se ha visto realmente quienes apoyan a estas personas que solo buscan un lugar algo mejor que el horror vivido, como también a quienes no les interesa que crucen sus fronteras. Como europea siento vergüenza que mi continente, el que ha vivido tantas y tantas transformaciones, guerras, miseria, hambre y que se formó con el objetivo de integrar a los países en un mismo grupo fuerte y unido, ahora se lave las manos y atente contra personas que no quieren hacernos ningún daño. Desafortunadamente, esta idea no es la que está calando entre la sociedad europea; una sociedad que tira hacia la derecha, hacia el extremismo, la xenofobia y la intolerancia. El radicalismo de algunos líderes está insuflando a la sociedad con mensajes envenenados de odio y discriminación. Una cuestión que retrata miedo, desconcierto e inseguridad para el futuro.
Horror y masacre son dos palabras que se unen al desconcierto generalizado de esta sociedad ante los casos, no solo xenófobos o de otro tipo, sino terroristas con todas sus letras. Ataques, el más cercano el pasado 15 de julio en la ciudad francesa de Niza, que sacuden la órbita política, financiera, social y cultural en la que nos movemos. El periodista Joan Roura, en una entrevista al medio digital SentitCrític, asegura que el problema no es de seguridad o terrorismo; el problema tiene raíces mucho más profundas y cala en ámbito político. Las muertes en Europa son tan ilegítimas como las que pasan en Oriente Medio; la diferencia está en que lloramos las primeras y nos cansamos de ver las segundas en los medios. Ambas son fruto de una acción irracional de grupos armados en busca de sueños imposibles (volver al islam de Mahoma). La respuesta de Europa no ha de contestar con la misma moneda, sino con acciones no militares, apoyando en la educación y programas sociales; implicar a estos hijos de inmigrantes que aquí tienen su sitio. La periodista de TV3 Anna Teixidor lo explica en su libro “Combatents en nom d’Al·là” como son ciudadanos europeos de origen árabe los que están cometiendo los atentados. Por este motivo, dice, el odio que nuestra sociedad profesa contra los que considera ‘enemigos’ (el antiguo Eje del Mal, Iraq, Irán y Siria) no hace otra cosa que alimentar la frustración y la “inadaptación” de estos europeos musulmanes.
Otro tipo de libertades coartadas

Polonia es uno de los países de Europa donde más ha crecido la discriminación hacia inmigrantes. Si bien hace unos años era de los países al alza en economía y con un futuro próspero, hoy muchos sostienen que está llevando una tendencia que lo situaría 20 años atrás. La victoria del partido Ley y Justicia (en polaco, Prawo i Sprawiedliwość – PiS) el pasado año ha encaminado al conjunto del país a abrazar el conservadurismo, el nacionalismo y el catolicismo como los pilares que sostienen su sociedad. Y aunque para sus habitantes la religión católica siempre ha sido un elemento a la orden del día, lo cierto es que, para una persona alejada de estas costumbres, este elemento puede resultar muy impactante. Cruces religiosas, magnificentes y grandiosas se pueden encontrar en cada cuneta de cualquier carretera secundaria; incluso en la propia Varsovia, las iglesias dominan el paisaje de una ciudad con actitud para avanzar. No debería ser un aspecto que haga retardar el desarrollo del país, pero sí cuando se convierte en un aspecto que condiciona la vida normal de sus ciudadanos, cuando oprime y excluye a minorías, cuando prohíbe y recorta derechos.
El PiS ha sido destacado por el catedrático de Ciencia Política de la UB, Cesáreo Rodríguez-Aguilera, como un partido abiertamente reaccionario. “Dirigido por Jaroslaw Kaczyski (que controla a la primera ministra Beata Szydlo) se caracteriza por un fuerte nacionalismo, su integrismo católico clerical, un creciente euroescepticismo (aunque sin la salida de la UE) y una defensa del proteccionismo económico.” (El Periódico, 7 de febrero de 2016). En otras palabras, un mero procedimiento electoral dio carta blanca a un partido que ejerce el poder en una democracia que no es democracia.
El modelo de Kaczyski ha anulado por completo los derechos de las minorías, la ausencia de los controles independientes y el recorte de las libertades. De hecho, ya ha iniciado el camino para controlar los medios de comunicación y los tribunales. Periodistas ‘incómodos’ para el interés nacional que propugnan sus líderes han sido despedidos.
Morfologia plana, lengua eslava, sentido patriótico, ahora con un poder reacio a los cambios y en pleno centro geoestratégico europeo.
A la vista de esta situación, se podría pensar que Polonia es un país demacrado y anclado en el pasado. Lejos del momento político por el que pasan están los fantásticos escenarios de un ecosistema natural particular. Mi visita a la ciudad de Varsovia, pueblos como Płock o Sandomierz, las montañas al norte de Kraków o el norte del país en Gdanks acentúan una sociedad no demasiado abierta hacia los extranjeros, pero muy amable y correcta una vez que te ves inmersa en su día a día. Las cruces y la manera que viven la religión sorprenderán a todo aquél que mantenga apartado estos valores y tradiciones de su rutina; los polacos los tienen muy asimilados y veneran con honor y satisfacción que uno de los papas de la historia fuera de allí. El busto, estatua o retrato de Juan Pablo II está en todas las ermitas, iglesias y catedrales del país (y eso que él mismo insistió que no quería este tipo de agradecimientos; que destinaran el dinero que costase a fines más importantes).
Mi visión de Polonia es la de un país de dos caras. Un territorio donde el vodka y las explanadas de campo abierto describirían su morfología más característica, su idioma – lengua eslava occidental – su sentido patriótico más fuerte, y la religión el sentido tácito a la vida. Paralelo a ello, sus altibajos en la historia aún están impregnados en muchas de sus ciudades, comandadas ahora por un poder reacio a abrirse al mundo.